CAPITULO 8 (FINAL)
Alex llegó a su cuarto, una vez más, como tantas otras veces, se dejó caer sobre la cama y comenzó a llorar. No debía haberle dicho nada a Brian. Tal vez fuera cierto que existan aspectos de uno mismo que no deben salir nunca a la luz. Tal vez una persona es un ser único por ese ‘algo’ que conserva para sí misma, que no se puede compartir. Tal vez.
Un nuevo día despuntaba y, sorprendentemente, Alex se levantó de muy buen humor, con ganas de vivir. Ya había dado el primer paso y estaba decidido a seguir. Desconocía el final del camino pero estaba dispuesto a seguir caminando. Hasta el final. Por de pronto, la siguiente etapa consistía en ir al colegio. Al llegar, vio a Tom, Kevin y Stephen. Alex se dirigió hacia ellos.
– Buenos días, chicos.
– Alex, menudo plantón anoche, – dijo Kevin.- ¿Dónde os metisteis?
– Estuve un rato con Brian y luego nos fuimos a casa.
– ¿A la tuya o a la suya? -rió Tom.- Ya sabía yo que cuando el río suena…
– ¡Vete a la mierda, imbécil! Aquí el único marica es éste!- gritó Brian, que acababa de aparecer como de la nada, señalando a Alex.
– Sí, soy un puto marica de mierda. ¿Pasa algo?- respondió Alex, sorprendido por la firmeza de su voz al afirmar, ante sus amigos, su condición sexual.
– ¿Que si pasa algo? -Tom se acercó a Alex y le agarró por la solapa de la chaqueta.- Pasa que los maricas como tú son unos degenerados y pervertidos. Pasa que no quiero verte cerca y pasa que como te vuelvas a acercar a mí te parto la cara. ¿Me entiendes, nenaza? Y tú, Brian, o estás con nosotros o estás con él. Decídete.
Brian se alejó andando hacia atrás, despacio, con la cara desencajada, a pasos cortos, mirando asustado a unos y otros.
– ¡Dejadme en paz, me vais a volver loco, hijos de puta! ¡Dejadme en paz! ¡Dejadme en paz! – gritó Brian fuera de sí. Dio media vuelta y comenzó a correr como nunca lo había hecho.
– ¡Brian! ¡Brian! ¡Espera, por favor! -clamó Alex mientras salía detrás de él.- ¡Espérame! ¡Tenemos que hablar!
Pero Brian no se detuvo ni bajó el ritmo. Todo lo contrario. Parecía correr más y más rápido. Alex intentó no perderlo de vista. Dos sombras fugaces, separadas entre sí unos 20 metros, cruzaron por delante del cine, del ayuntamiento, del museo, de la destilería. Alex alcanzó a Brian al final de las escaleras que conducían a la torre circular. Se avalanzó sobre él y cayeron juntos sobre la hierba húmeda que cubría los alrededores.
– ¡Quita! ¡Suéltame! ¡Déjame tranquilo! Por favor, Alex, suéltame, suéltame, por favor -comenzó a susurrar Brian entre sollozos.
– No, no pienso soltarte. Quiero hablar contigo. ¿Qué te pasa, Brian? Soy yo, Alex. Tu amigo, ¿Qué te pasa?
– No, no, no… Déjame, te lo suplico, Alex. Si de verdad te importo, deja que me marche.
– Sí, me importas, y más de lo que tú te crees. Por eso no voy a dejar que te marches.
– ¿Qué quieres? ¿Volverme loco? Pues lo vas a conseguir. Me vas a volver loco, como tú. ¡Suéltame!
– ¿Yo estoy loco? ¿Por qué? Brian, ¡por qué! ¡Dímelo!
– Yo no soy gay, yo no soy gay.
– ¿Y quién ha dicho que lo seas?
– Yo no soy gay, ¿me entiendes? No soy marica.
– A ver, Brian, tranquilízate. Nadie ha dicho que seas gay. Yo no he dicho que seas gay.
– No, no… Yo no soy marica. No soy marica…- y comenzó a llorar. Dejó de intentar zafarse de los brazos de Alex. Se rindió y dejó caer el peso de su cuerpo sobre el pecho de Alex, apoyando su cabeza junto a su hombro.
– Tranquilízate, Brian. Ya está. Tranquilo.
– Yo, yo, yo… no sé qué me pasa.
– No te pasa nada. A ti no te pasa nada. Y a mí tampoco me pasa nada. ¿De acuerdo? No nos pasa nada.
– Pero la gente…
– A la mierda con la gente. No puedes pasarte la vida pensando en la gente. La gente no existe. La gente es sólo un concepto. No son nadie. Tú eres alguien, yo soy alguien, Tom es alguien. Pero ¿quién es la gente? ¿Qué piensa la gente? ¿Qué dice la gente? Nada, no piensan nada, no dicen nada, porque no son algo concreto, no son nadie, son sólo la suma de muchas personas distintas, como tú y como yo. Mírame, Brian, mírame a los ojos. Tienes que aceptarte primero tú para que te acepten los demás.
– Pero yo quiero ser normal.
– ¿Normal? ¿Qué es ser normal? Yo me considero un tío muy normal. Pero si ser normal es comportarse como un borrego, dejándose llevar por la corriente, sin hacerse preguntas, sin dejar que los sentimientos afloren, sin ser sincero con uno mismo, entonces yo reniego de la normalidad y seré un anormal muy feliz. Para mí, ser normal, mejor dicho, natural, es actuar de acuerdo con lo que uno cree, con lo que uno siente. Venga, levántate. Te acompaño a tu casa.
Después de comer, Alex subió a su cuarto y se acostó. Estiró el brazo y presionó la tecla de ‘play’. Una canción conocida llegó hasta sus oídos y a través de ellos a su corazón. «I wanna know what love is and I want you to show me». Y comenzó a pensar. Se sentía exhausto. Todos los acontecimientos del día, toda la tensión vivida. ¿Qué iba a pasar? ¿Cómo iba a reaccionar Brian al día siguiente? ¿Y él? ¿Qué sentía Brian por él? ¿Y él por Brian?
Al día siguiente, Alex se levantó como nuevo. Había dormido más de 15 horas de un tirón. Sus primeros pensamientos conscientes fueron para Brian. El sueño, consejero inconsciente, le había dado la respuesta. Ahora ya sabía lo que sentía por Brian. Alex volvía a estar enamorado. Volvía a ser un actor y no un espectador. Volvía a sentirse vivo. Absorto en sus pensamientos, emprendió un día más el camino hacia St Kieran’s. Al llegar, Tom, Kevin, Stephen y Brian estaban conversando en círculo. Alex se les acercó y Tom fue el primero en verlo. Por su expresión, Brian se giró para ver la razón del gesto arisco de Tom. Inmediatamente, Brian se acercó a Alex.
– Oye, tú. Te dije ayer que no te acercaras a nosotros. ¿Es que todavía no entiendes nuestro idioma?- dijo Tom.
– Alex, ven conmigo, – dijo Brian.- Mira, he pensado en todo lo que me dijiste ayer y puede ser que eso funcione en tu país, pero aquí la vida es distinta.
– Claro, distinto, no me hagas reír.
– Sí, Alex, es diferente. Y yo no quiero echar a perder mi vida.
– ¿Perder tu vida? Tú no sabes lo que es echar a perder tu vida.
– Sí, sí que lo sé, – replicó Brian.- Malograr mi vida es perder a mis amigos, ser marginado, señalado, insultado, no encontrar mi sitio entre los míos.
– Mira, Brian. Yo más ya no puedo hacer. Sólo puedo decirte que te quiero y que me gustaría saber qué sientes tú por mí. Con sinceridad.
– Alex, yo soy tu amigo, pero como sigas comportándote así veo difícil tu futuro aquí. Lo mejor que podrías hacer es volver a Bilbao.
– No me has respondido.
– Alex, no importa lo que yo sienta por ti. Eso forma parte de mí y es algo que no puedo compartir con nadie.
– Sigues sin responder a mi pregunta.
– ¿Qué quieres oír? ¿Que te quiero? Sólo te voy a decir una cosa porque sé que sabrás guardar el secreto: yo también soy gay. Anoche me sinceré conmigo mismo. Pero aquí, en Irlanda, las cosas no son tan fáciles como tú quieres creer.
– Vale. Tú me quieres, pero jamás podré compartir ese amor contigo. ¿Es eso lo que me quieres decir?
– No tengo nada más que decirte. Ten cuidado y vuelve a Bilbao en cuanto te sea posible. Aquí sólo tendrás problemas. Yo te apoyaré en lo que pueda, pero no me pidas milagros. Si de verdad me quieres, márchate.
– ¿Dejarte aquí? ¿Dejar que seas un desgraciado toda tu vida? ¿Que con el paso del tiempo comprendas el gran error que estás cometiendo?
– Márchate, es lo mejor para los dos. Créeme.
– Brian, me duele decirte esto, pero eres un cobarde y vas a arruinar dos vidas: la tuya y la mía. Yo me iré, no te preocupes, antes de lo que tú piensas, pero cuando pasen los años, cuando hayas creado tu propio mundo irreal, cuando tu vida sea una gran farsa, verás que el guión falla. Y entonces, sólo entonces, me darás la razón. Pero ya será tarde. No lo dudes. Algún día recordarás estas palabras. Suerte, amigo.
Alex se alejó, despacio, esperando que Brian saliese tras él y le abrazase como él había perseguido a Brian el día anterior. A cada paso, la esperanza se reducía. Cada vez más lejos de Brian. Más lejos, lejos… Comenzó a vagabundear por las calles de Kilkenny. Pasó junto al castillo pero no quiso entrar. Pasó junto a Kyteler’s Inn pero no quiso entrar. Pasó junto a Black Abbey, pero tampoco quiso entrar. Finalmente se encontraba debajo de la torre, tumbado sobre la hierba, mirando al cielo. Y comenzó a llorar. Recordó que el día anterior Brian había estado allí con él, en sus brazos. Pero el día anterior él era fuerte, estaba seguro de sí mismo y esperanzado porque, en el fondo se sabía amado. Sin embargo, la historia se repetía. Era su sino. Jamás podría encontrar la felicidad. Era un simple juguete en manos de la fortuna, un títere creado para diversión de alguien superior. ¿Podría soportarlo de nuevo? Una amalgama de sentimientos de angustia, desesperación, miedo se agolpaba en su corazón. No. No volvería a enamorarse nunca. Jamás sentiría de nuevo esa sensación que mueve el mundo. Lo tenía decidido. Se iría de allí para no regresar jamás. Todo pasaría a ser un sueño. Se había enamorado de Irlanda, pero Irlanda no le había correspondido. Como Brian. Recordó el día que lo vio por primera vez; recordó los lugares que conoció junto a Brian; recordó las conversaciones que habían mantenido, en las que se fueron conociendo más y más, en las que se fueron abriendo el uno al otro y se fueron enamorando sin darse cuenta, como suele ocurrir. Ahora se iba a marchar y nunca más volvería a ver a Brian.
Sintió deseos de subir a la torre y contemplar por última vez la belleza que le rodeaba. Quería subir esas escaleras por última vez, acceder a la cima, apoyarse a la barandilla, contemplar la ciudad y la campiña, sentir el viento y soñar desde lo alto. Por última vez.
Allí arriba recordó toda su vida, toda la gente que había conocido, todas sus alegrías y sus penas, sus sonrisas y sus llantos, sus 17 años de vida, marcados por las grandes pasiones. Creo que llegó a recordar a un chico llamado Egoitz. Y recordó que Brian se encontraba allí, a lo lejos, en St Kieran’s. Todo parecía algo extraño, ajeno a él. Apoyado en la barandilla contempló la altura que le separaba de la realidad. Quería recordarlo todo antes de abandonar Kilkenny, quería recordar a sus padres, a todos sus amigos, quería recordar todos los lugares que había conocido. Se iba a ir y estaba decidido. Iba a seguir el consejo de Brian. Igual tenía razón. Ya no estaba seguro de nada. Sólo de su amigo viento, que seguía soplando, balanceando su cuerpo adelante y atrás, con cariño.
Se marchaba…
– ¡Alex, no! No soy ningún cobarde.
……………………………….
Y esto es todo lo que sé de Alex. ¿Cómo he conseguido toda esta información? Algunas cosas las viví yo junto a él, otras me las contó él mismo. Yo prefiero permanecer en la sombra. Ya formo parte de su pasado y nunca lo he vuelto a ver. Pude formar parte de su presente y de su futuro, pero mi cobardía hizo que me alejase definitivamente de él y ahora sólo me quedan los recuerdos de aquellos días de un mes de junio en los que fui, de verdad, feliz.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...